"Cuando era joven - me dijo señalando la extraña roca - solía venir con mis amigos a coger pulpos por allí, junto a la roca de la ola perfecta".
- "¿La ola perfecta?" -
pregunté intrigada.
- "¿Acaso no conoce usted la
leyenda?" - se sorprendió el pescador. Y al ver la respuesta en mi cara,
suspiró y se sentó en la arena con la mirada fija en aquella roca.
Interpreté su silencio como el
preámbulo de una bella historia, por lo que me dispuse a escucharla sentándome
a su lado.
Pasaron tan sólo unos segundos
que a mí me parecieron eternos y finalmente, el pescador comenzó su relato.
"Dicen las gentes del pueblo
que hace muchos muchos años los jovenzuelos solían venir a esta cala a
practicar surf. Ellos mismos se fabricaban sus propias tablas y, siempre que
tenían un rato libre, aprovechaban para venir a, como ellos decían, coger olas.
Todos se divertían. Se les veía
reír y disfrutar revolcándose con las olas, intentando mantenerse de pie sobre
sus tablas. Bueno todos, menos uno. Había un muchacho que tan sólo se tumbaba
sobre la tabla y esperaba su ola. Ninguna le parecía lo suficientemente buena.
Las había demasiado altas o demasiado bajas, de las que venían con mucha
velocidad o con demasiado poca, las que rompían pronto y las que parecían no
romper nunca, olas demasiado espaciadas o demasiado seguidas, olas imperfectas.
Y él, seguía esperando su ola.
Pasaba horas y horas esperando pacientemente,
analizando cada masa de agua que se formaba a lo lejos, deseando que esa fuera
la suya. Pero no, siempre le encontraba algún defecto y la dejaba pasar,
recostado sobre su tabla, mirando al horizonte.
Se fueron sucediendo los años y el
muchacho se convirtió en adulto, pero cada día siguió volviendo a la cala en
busca de su ola. Una ola perfecta que nunca parecía querer llegar.
El frío y la humedad fueron
haciendo mella en su cuerpo y un día gris, como el de hoy, el muchacho ya convertido
en anciano, se quedó inmóvil para siempre agarrado fuertemente a su tabla.
Dicen que una de esas olas
imperfectas cargada de algas pasó sobre él y lo cubrió con su manto. Y que poco
a poco otras, también imperfectas, fueron depositando arena sobre él hasta
formar una roca que quedaría para siempre inmóvil entre las olas."
Sin decir nada más, el pescador
se levantó lentamente y, cogiendo sus artilugios, se alejó de allí caminando
despacio. Yo, pensativa, continué unos minutos más sentada en la arena, mirando
aquella roca.
La vida es lo que se pasa
mientras esperas que llegue la ola perfecta - sentencié. Y, a paso ligero,
emprendí mi camino de regreso.
Siempre el mismo camino y, desde
entonces, siempre diferente.