¿Qué entiendes por táctica?

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Desde la antigua Grecia hay dos vertientes culturales enfrentadas, incluso dentro de nosotros mismos: la “leyenda intelectualista”, basada en Sócrates (filósofo griego del S.IV-V a.C.), y bautizada por el filósofo británico Gilbert Ryle (S.XX), cuya contribución hoy día sigue siendo nuestra obstinación; frente a la “sabiduría sin reflexión”, planteada por Edmund Burke (S.XVIII). Dos caras de una misma moneda cuando ésta se llama Realidad. Una moneda que de canto ha de estar, si la Virtud, queremos hallar; o era ¿ganar?!...

La “leyenda intelectualista” tiene dos máximas principales: a todo lo pensado le ha de sobrevenir una explicación, así como una aplicación en función de lo decidido. Es lo que Sócrates, en palabras de Rivera (periodista y experto en filosofía del S.XXI), definiría como “intelectualismo semántico”: si no eres capaz de exponer un concepto, es que, sencillamente, no lo entiendes, o no lo sabes. Cuando de un “conocimiento específico” se trata, tiene su parte de lógica; cuando éste es interactuante y cambiante, como lo son todos, quizás, delimitar conceptos sea como poner límites al conocimiento, a la reflexión, a la duda. De ahí la frase: “el conocimiento habla, la sabiduría escucha”; lo que nos adentraría en el punto opuesto, que no mutuamente excluyente, de saber sin pensar. Curioso, ¿verdad?

Posiblemente esta reflexión sea uno de tantos “imposibles psicológicos” en los que acotar síntomas para explicar realidades no sea más que borrar y maniatar cualidades: ¿acaso un niño sabe lo que hace cuándo está empezando a exponer habilidades?, y, ¿cuándo juega?; pero, ¿juega?…



Según Platón (filósofo griego del S.V a.C.), en su libro La República sólo pueden gobernar las personas que conocen perfectamente el significado de la palabra Bien, y una vez sabido éste, “se puede identificar y lograr”. En este caso: “la voluntad sólo podrá ejecutar lo que es bueno”, y la maldad, en toda su dimensión, se atribuiría a la "ignorancia”. Si alguien es capaz de describir las reglas que rigen y gobiernan su conducta, ese “algo” no sería más que un ente virtual imposible de resetear, pues sabe que si lo hace: moriría.

Estamos obsesionados con superponer el conocimiento sin utilizarlo como un apoyo ante unas herramientas muy vivas, sabias (a veces sin saber que saben) y totalmente ajenas a nosotros: seres humanos. Pretender esto es como intentar atraer forzosamente la admiración de alguien, consiguiendo todo lo contrario: retraerla, replegarla, perderla; quizás, por haber querido controlarla sin convicción. Lo natural es tácito, pero lo tornamos  edulcorado, obstinado, perfeccionista: enemigo de lo bueno. Nuestras habilidades y saberes prácticos lo saben y se apoyan en el conocimiento tácito más de lo que nos podemos imaginar. Cualquier significado de un concepto o de una palabra es tan simple como el significado que adquiera en su uso. Y es que, parafraseando a Rivera: Lo tácito no está verbalmente articulado. Intentar capturar los saberes prácticos es una “pasión inútil”, tanto como querer explicar el verbo ganar, tanto como recibir “Instrucciones para subir una escalera”, y de eso, Julio Cortázar, tácitamente, conoce un rato.

4.     Haga una leve reflexión final y póngase nota.

Gestionar el engranaje cultural de un equipo y de las subculturas que cohabitan dentro, representadas cada una de ellas por sus jugadores, es muy complicado; como lo es hacerse entender; como lo es comprender que en el día a día estamos diseñados para aprender, y no para enseñar cómo hacer. No hay dos modelos de juego enfrentados (uno que toca balón y otro que toca correr): hay tantos como saberes acoplados. La mejora de un equipo a través de la sabiduría es aquella en la que el conocimiento actúa como mero y ¿necesario? conductor, no impostor, de racionalidades extra-auto-interiorizadas por parte del que expone. Jugaremos con sabios que saben de interacciones inteligentes, quizás porque no saben lo que saben; y no con movimientos racionalmente correctos, tomados como necesarios para avanzar, pero a saber hacia qué camino van. ¿Qué difícil es periodizar cuándo lo tácito fulmina lo secuencial?, y ¿qué difícil es entrenar cuándo hay que jugar sin pensar?



Nota: Señor profesor, no me ha dado tiempo  a responder las cuestiones 2 y 3. Mi evaluación final se la dejo a su racionalidad; justa o injusta: ¿qué más da? (*).



(*) Cuenta Gilbert Ryle sobre la “leyenda intelectualista”, que un alumno, tras recibir la nota de un examen, va hacia el profesor a decirle que no está de acuerdo con la misma, y que es injusta. El profesor, de manera muy flemática, le dice: “de acuerdo, ¿pero qué es para ti la palabra injusto”? dándole a entender con mayor o menor claridad que si no es capaz de definir correctamente dicha palabra, su protesta carecerá de fundamento alguno.
(Esto sigue pasando hoy día).



Francisco José Cervera Villena (@fran_cer), coautor junto con Rosa Mª Coba Sánchez (@RosaCoba) de: “El Jugador es lo Importante. La complejidad del ser humano como verdadera base del juego”.)

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