En la mente de Rafa Nadal. " Mi cabeza me ha permitido jugar de la manera que yo creía que tenía que jugar ".

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Rafael Nadal, campeón de 13 títulos de Grand Slam es el tenista que ha domado la tierra, el cemento y la hierba. Antes del comienzo del Abierto de Australia, el número uno del mundo acepta un desafío: explicar qué hay dentro de esa cabeza que domina, quema y asfixia a sus rivales en la pista de tenis y en la mesa de póquer, su nuevo reto.

Es la chispa de fuego que espanta a los monstruos de la noche. Rafael Nadal, vencedor de 13 títulos de Grand Slam en el tenis, se sienta para celebrar que ha gana­­do su primer torneo de póquer en vivo, el Charity Challenge de Praga, donde este invierno paró el European Poker Tour que patrocina Poker­Stars. Han sido casi cinco horas de partida. Un ejercicio que ha ido examinando paso a paso las mismas virtudes que han hecho del español un caníbal de la raqueta: capacidad de análisis; rapidez en la toma de decisiones; resistencia; agresividad en los momentos clave. El triunfo en esa partida de póquer concentra la esencia del cerebro de Nadal para arrojar una conclusión sorprendente. El competidor feroz siente algo parecido al miedo. En los momentos de máxima tensión, su cabeza se llena de sombras que amenazan con doblegar su voluntad y empujarle al abismo. Entonces, en la noche se enciende un minúsculo punto de luz. Él lo llama “la determinación”. Los psicólogos, “fortaleza mental”. Sus rivales, en la mesa de póquer y en la pista, “instinto asesino”. Las sombras de su cabeza huyen despavoridas. La luz sustituye a la oscuridad. Nadal triunfa.
"En mi cabeza hay dudas siempre, ese es mi sentimiento", cuenta el número uno del mundo del tenis durante el invierno, que utiliza para preparar el Abierto de Australia, que comienza este lunes. “No soy una persona segura de sí misma en ninguna cosa de la vida. No soy una persona decidida en casi nada. Nunca he presumido de eso. Me cuesta mucho tomar decisiones… pero cuando juego, en los momentos importantes, tengo la determinación de hacer algo”, señala con un gesto que intenta describir su voluntad de ser protagonista activo y no pasivo de esos instantes de tensión. "Mi cabeza, en los momentos de presión, en los momentos importantes, me ha respondido bien la mayoría de las veces. Hablemos claro. Mi cabeza me ha permitido jugar de la manera que yo creía que tenía que jugar. Mi cabeza no me ha impedido hacer lo que yo creía que tenía que hacer: eso es lo que pasa cuando tienes nervios, cuando te supera la situación".

Esta era complicada a comienzos de 2013. Nadal llevaba siete meses sin competir y su carrera parecía estar en peligro por una rotura parcial en el ligamento rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda. A principios de 2014, la temporada para Nadal se presenta prometedora. Tras ganar dos grandes el curso pasado (Roland Garros y el Abierto de EE UU), puede igualar en Melbourne los 14 títulos de Grand Slam del mítico Pete Sampras. Muchas cosas cuentan la historia de ese viaje increíble. Hay una que explica al mismo tiempo por qué Nadal no se despide del deporte profesional durante esos meses lesionado; por qué luego es capaz de jugar con dolor en las articulaciones hasta auparse al número uno; y, finalmente, por qué cierra 2013 imponiéndose sobre el tapete azul de una mesa de Praga a Daniel Negreanu, el número uno del póquer, un tipo extremadamente inteligente, analítico y de lengua afilada, ganador de casi 20 millones de dólares con las cartas. “El autocontrol”.
Rafa Nadal

"Lo que evitas teniendo autocontrol es perder puntos y juegos, dárselos gratis al rival y regalárselos", cuenta el mallorquín, que durante la partida de Praga no cae en la trampa de las provocaciones amistosas de los contrarios (“Deberías decir ¡vamos!”, bromean con él en la mesa). “Así evitas regalar puntos, juegos… y moral. Cuando pierdes los nervios, el otro te ve mucho más débil. Con el autocontrol dejas de regalar partidos. En el póquer es muy similar: no regalas fichas porque te aburras de que no te vengan cartas buenas y juegues por jugar; o porque te vaya mal en una mano y te quieras tomar la revancha… No. Hay que analizar las cosas de manera global. Hay que tener cabeza fría. Los realmente buenos lo aplican bastante”, añade el español, que donó los 50.000 euros que ganó en Praga a la causa solidaria The Good Hand Project. Y entonces dice: “Yo no veo que Djokovic te regale mucho”.

Novak Djokovic es al tenis lo que un bombardero a la guerra. Un destructor. Un competidor granítico, de gran talento, capacitado para alcanzar la excelencia en los momentos decisivos. Sin embargo, Nole, su gran rival en las pistas, sí que ha tenido fallos incomprensibles contra Nadal. Igual que el exesquiador Alberto Tomba se hunde en un exceso de faroles y malas elecciones en la partida de Praga, el serbio entrega las semifinales de los Juegos de Pekín 2008 ante Nadal con un remate franco que tira fuera de la pista. Igual que el exfutbolista Ronaldo arroja sus cartas frente al español porque inconscientemente desea que acabe esa tortura mental y física (¡casi cinco horas seguidas de póquer!), el de Belgrado pierde un punto clave en las semifinales de Roland Garros de 2013 con un fallo de principiante (toca la red cuando ya celebraba el tanto). Igual que Fátima Moreira de Melo acaba claudicando ante Nadal en la última mano de la partida checa porque decide apurar al máximo, apretar, buscar los límites para desencajar al rocoso mallorquín… Djokovic entrega a Nadal el Abierto de EE UU de 2013 estampando contra la red una derecha (4-5 y 30-30 en la tercera manga: es punto de set) que contra cualquier otro habría pasado sin problemas, porque cualquier otro no le habría llevado hasta su límite. En psicología, eso tiene nombre. Se llama asfixia mental. Dos palabras para definir lo que provoca Nadal en sus contrarios, al tenis o al póquer. Un auténtico colapso emocional.


Todo empezó con un mago que podía convocar a la lluvia si se acercaba la derrota, interrumpiendo así el partido para que esta no llegara. Un hechicero capaz de hacer invisible a aquel niño gracias a la complicidad de toda la familia, que hacía como si no le viera. La historia de Rafael Nadal no se entiende sin Toni Nadal, su tío y entrenador.
El hombre que le propuso jugar como zurdo pese a que es diestro. El entrenador que le enseñó los rudimentos básicos de la disciplina y luego le ayudó a refinarlos (en eso siguen hoy día) hasta convertirse en el mejor del mundo. El consejero audaz. El técnico que encontró a un chico “obediente” y esculpió su cabeza hasta convertir aquel diamante en bruto en el mejor músculo de un tenista como no habrá otro.
Continuará...

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