Los nombres no ganan en la vida. Lo hacen las ganas de ganar.


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Por fortuna, a pesar de algunos, el fútbol es tan interactivo que no encaja en corsés preconstruidos.
La conexión con los factores que rodean al fútbol y cómo se cohabita con los mismos es un termómetro que no se puede camuflar y es seguro que advertiremos una gran dosis de correlaciones positivas o no, que brotarán sobre los madridistas y los borussers en el Bernabéu, como lo hicieron en tierras alemanas y que a buen seguro constituyeron y constituirán un nada despreciable traductor del partido.
Así pues, una de las cuestiones que más me atrae de las interacciones que se dan en el fútbol es la relacionada con la filosofía, la personalidad y el modelo de juego. ¿Podremos ver coherencia entre la filosofía que predican sus técnicos y el modelo de juego? Si es así, gran noche de fútbol y ¿de grandes sorpresas? Las sorpresas son tan especiales que hasta tienen la posibilidad de ser opinables. La mía, respecto al partido de ida, es que no hubo sorpresa.
La expresiva y sonora risa de Klopp en una rueda de prensa, casi histriónica diría yo (si me permiten la expresión y desde el respeto), llamó mi atención hace algún tiempo por lo infrecuente del paseo de ciertas expresiones emocionales por las salas de prensa; sus excentricidades desde la banda, su interés por la literatura infantil… Al tiempo que llamaba mi atención escuchar a un técnico de un equipo de primera línea hablar abiertamente sobre la emocionalidad, sobre su optimismo compulsivo y sobre su necesidad de sentir además de ganar y decir que para él lo más importante es el jugador fascinante y no el mejor, ya que el mejor todo el mundo sabe quién es, pero no todo el mundo sabe sacar lo mejor de sus posibilidades. Me resultó llamativo lo siguiente: “Cuanto más te preocupes por la persona, más obtendrás a cambio”. No puedo estar más de acuerdo.
Si además todo esto se combina con la filosofía y trayectoria del club alemán, apostando y centrando esfuerzos en la formación de su cantera, en incorporar talentos que no necesariamente tengan la etiqueta de impagables, trabajando con métodos innovadores para mejorar con sus jugadores, por ejemplo, la velocidad de reacción (muy en consonancia con su modelo de juego)… difícilmente pudo resistirse a mi lupa este técnico.

En mi opinión, el Dortmund parte de un modelo de juego en armonía con lo que debe estar basado el mismo: estilo y filosofía en perspectiva con un punto en el horizonte como guía; saben quiénes son y lo que quieren.
Y eso es lo más que pocos practican: la fidelidad de un modelo de juego no está reñida con la inteligencia, si entendemos la misma como la capacidad de adaptarnos en cada momento. ¿Hay alguna forma más efectiva de combatir el miedo y el acomodo? He ahí una de las claves: interacción-plasticidad-aprendizaje-emociones.

Una prueba de ello es su capacidad de adaptar su modelo de juego al regalar el balón a un rival que tiene problemas cuando en espacios reducidos ha de elaborar el juego, como le sucede al Real Madrid.
Por tanto, los técnicos, o sea, Mourinho y Klopp, tienen la maravillosa posibilidad de trabajar cuestiones, entre otras muchas cohesionar y motivar que en su responsabilidad les permiten dar sentido al crecimiento como entrenadores y otras cuestiones nada desdeñables, pese al empeño que parece ponerle alguno que otro, como la relación con los medios de comunicación, la imagen que se transmite a la afición, las bases que configuran el símbolo y el espejo en el que tantos y tantos niños y jóvenes se miran cada día. Y esto no debe ser despreciable ni depreciado. ¿Creen que exagero? Eso no es ni más ni menos que liderar, y ni mucho menos sólo por ser grandes lo hacen correctamente. Se da por hecho que ciertos técnicos de renombre lo hacen, y no es así. El fútbol, por más que muchos se empeñen, no entiende de estatus, porque el fútbol son personas y las personas entienden de dinámicas.

Cuando observamos un partido, la filosofía de un club también se deja ver sobre el rectángulo de juego a través de su modelo, del comportamiento y sinergia de los jugadores. Desde el banquillo, coherencia y continuidad, punto de referencia y sostén: liderazgo.
La reciprocidad que se genera cuando observamos éstas y otras cuestiones debería generar un criterio en el espectador. A través del miedo o del silencio o de la incoherencia, tres aspectos que jamás trasmite un líder (les recuerdo que no se juega la Champions en el parque de un barrio a modo de pachanga, sino que se hace con luz, taquígrafos y muchos, muchos intereses económicos y emocionales de por medio; qué horrible mezcla), por tanto, ¿a qué juegan los que no juegan? ¿A qué jugarán el portugués y el alemán?
¿Nos encontraremos dos quipos que no quieran el balón? De todos es sabido el discurso de Mourinho en cuanto a lo que él entiende como beneficioso en ese sentido. ¿Será suficiente el potente contragolpe del Madrid? ¿Cómo gestionará la presión tras pérdida el Dortmund? ¿Talento a raudales individual del Madrid? ¿Actitud del Dortmund? ¿Qué marcará la diferencia? Me encantaría decir que la actitud, el trabajo, la lucha, las emociones que empujan el balón, la persona…
Por tanto, la actitud endógena o exógena de los técnicos que se sentarán en el banquillo debería estar en consonancia con el modelo de juego de un equipo. Porque eso es lo que importa, esa es la esencia. ¿Los grandes equipos lo son por tener a los mejores jugadores del mundo? ¿O por trabajar incontestablemente, o sea, ser profesional, en torno a un modelo de juego, un estilo y una filosofía?
¿Los mejores jugadores del mundo son los extraterrestres talentosos o los trabajadores incansables?
Las remontadas cambian la historia, pero no a las personas ni a los proyectos incompletos.
Los resultados deberían ser la consecuencia natural del medio, no la brújula con la que se traza el mapa de ruta de un club.

Los nombres no ganan en la vida. Lo hacen las ganas de ganar.
* Rosa Mª Coba Sánchez es licenciada en Psicología. Coautora junto con Fran Cervera Villena (preparador físico y readaptador) del libro El Jugador es lo Importante: la complejidad del ser hunano como verdadera base del juego.

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