La historia de Latiff Gentileza, Marian Benedit
Latiff era el mendigo más pobre de la aldea. Cada noche dormía en zaguán
de una casa distinta, frente a la plaza del pueblo. Cada día tenía un
breve descanso bajo un árbol distinto, con mano extendida y perdido en
sus pensamientos.
Cada noche comía de las limosnas o las migajas que alguna persona
caritativa le traía. Sin embargo, a pesar de su aspecto y la manera en
que pasaba sus días, Latiff era considerado por todos como el hombre más
sabio del pueblo, no tanto por su inteligencia, sino por lo que había
vivido.
Una soleada mañana el rey apareció en la plaza, rodeado por sus
guardias, caminando entre los frutos sin buscar nada en especial. Riendo
ante los mercaderes y compradores, el rey y su séquito tropezaron con
Latiff, quien dormitaba a la sombra de un roble.
Alguien le dijo al rey que estaba frente al más pobre de sus súbditos,
pero también ante uno de los hombres más respetados debido a su
conocimiento.
El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo: 'Si puedes contestar
mi pregunta, te dare esta moneda de oro'. Latiff la miró y casi con
desprecio le contestó: 'Usted puede quedarse con su moneda, ¿qué haría
con ella de todas maneras? ¿Cuál es su pregunta?'
El rey se sintió desafiado por la respuesta y en vez de una pregunta
banal, le hizo una que le estaba molestando por días y que no podía
resolver; un problema de bienes y recursos que los analistas no habían
podido solucionarle.
La respuesta de Latiff fue sabia y creativa. El rey se sorprendió; dejó
la moneda a los pies del mendigo y continuó con su camino al mercado,
reflexionando sobre lo ocurrido. Al día siguiente regresó directamente a
donde descansaba Latiff; esta vez bajo un olivo.
Otra vez el rey le planteó una pregunta y nuevamente Latiff la contestó
rápida y sabiamente. El rey volvió a sorprenderse ante tanta
inteligencia. En un acto de humildad, se sacó sus sandalias y se sentó
enfrente de Latiff.
'Latiff, te necesito', dijo el rey. 'Estoy abrumado por las decisiones
que un rey tiene que tomar. No quiero lastimar a mi pueblo y tampoco
quiero ser un rey malo. Te pido que vengas al palacio y seas mi
consejero. No temas; te prometo que serás respetado y que podrás irte
cuando quieras. por favor'.
Ya sea por compasión, por servir o por la sorpresa, Latiff, tras
pensarlo un poco, aceptó la propuesta del rey. Esa misma noche Latiff
llegó al palacio donde inmediatamente le asignaron un lujoso cuarto. El
cuarto estaba cerca al del rey y tenía una tina llena de esencias y agua
tibia esperándole.
Durante las siguientes semanas las consultas con el rey se tornaron
habituales. Cada día en la mañana y en la tarde, el monarca consultaba a
su nuevo consejero sobre problemas de su reino, de su propia vida o de
sus dudas espirituales. Latiff siempre contestaba con claridad y
precisión y se convirtió en el vocero favorito del rey.
Tres meses tras su arribo, no había decisión que el monarca tomase sin
consultar primero a su apreciado consejero. Obviamente esto desató el
celo del resto de los consejeros. Veían en el mendigo una amenaza a su
propia influencia. Un día, todos los consejeros pidieron una audiencia
privada con el rey. Muy cautelosos y con gravedad le dijeron: 'Su amigo
Latiff está conspirando para destronarlo a Ud.
' El rey dijo: 'No puedo creerlo'. 'Puede confirmarlo con sus propios
ojos', le dijeron. 'Cada tarde, como a las cinco, Latiff se escabulle
del palacio hacia el ala izquierda y entra en un cuarto oscuro. Se reúne
con alguien en secreto, aunque no sabemos con quién. Le hemos
preguntado dónde va todas esas tardes pero nos da respuestas evasivas.
Su actitud nos alertó con respecto a la conspiración'. El rey se sintió
defraudado y lastimado. Tenía que confirmar este informe. Esa tarde como
a las cinco, esperó a Latiff bajo las escaleras. Vio a Latiff llegar a
la puerta y mirar a su alrededor, con una llave colgando de su cuello.
Abrió la puerta de Madera y se escabulló secretamente en la habitación.
'¿Lo vio?' los otros consejeros le gritaron. '¿Lo vio?'
Seguido por su guardia personal, el monarca tocó a la puerta. '¿Quién
es?' preguntó Latiff desde dentro. 'Soy el rey', contestó, 'ábreme la
puerta'. Latiff abrió la puerta. No había nadie dentro, excepto Latiff.
No había otras puertas o ventanas, no había accesos secretos o moblaje
alguno en que alguien pudiese ocultarse.
Dentro de la habitación solo había una plato desgastado de madera; en
una esquina, un bastón y en el centro del cuarto, una tunica raída
colgando de un gancho en el techo. '¿Estás conspirando contra mí,
Ltiff?' preguntó el rey.
'¿Cómo podría, su Majestad?' contestó Latiff. 'De ninguna manera. ¿Por
qué lo haría? Hace tan solo seis meses, cuando llegué, lo único que
tenía era esta túnica, este plato y este bastón. Ahora me siento tan
cómodo en la ropa que visto y con la cama en que duermo, me siento tan
honrado por el respeto que me brinda y tan fascinado por el poder que me
ha concedido. de estar cerca de Ud. que cada día vengo aquí para tocar
esta vieja túnica para asegurarme que recuerde. quién soy y de dónde
vengo.
Muy cierto. Nunca debemos olvidar quiénes somos y de dónde venimos. La
vida da vueltas y bien pudiéramos regresar al mismo lugar.
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