El futbolista de tercera división

Por Javier Lara
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Han sido 94 minutos corriendo sin parar, de pulsaciones a un ritmo rozando lo sobrehumano. Marcaje, robo, salida a la contra, parada, cambio de posición, desmarque, recepción, pase, robo de balón, disparo, mirada al compañero, orden aquí y allá, protesta al árbitro, entrada, falta, acción defensiva, ataque… En poco más de una hora y media el futbolista de tercera división se ha dejado la piel en un campo lejano a casa, con un césped de mala muerte, con la grada pegada a la línea de banda, con espectadores con cubatas en la mano que increpan al rival y a los árbitros, contra rivales casi cuarentones que ahorran con una patada una carrera de 30 metros, o recibiendo una zancadilla o un codazo que ningún árbitro ve, pero que puede lesionar durante meses. Terminan los 94 minutos, el futbolista de tercera división ha sido capaz de marcar un gol, de celebrarlo, de pensar que podía ganar el partido, pero su equipo ha perdido en el último minuto. Ha sido un gol de rebote, varios remates dentro del área, varios despejes, sólo el último entró, el balón llorando rebasó la línea de meta. Pudo ser fuera de juego o falta, pero ni el árbitro pitó ni el asistente levantó el banderín. El equipo rival lo celebró intensamente, los jugadores se abrazaron mientras él recibía algunos insultos y cortes de manga desde la grada. Se escapó el único botín que podían haber ganado, los puntos, porque ni él ni la mayoría de sus compañeros cobra por jugar. No cobran pese a que se juegan la piel en cada campo y pese a que defienden unos colores y a una ciudad por varias provincias. Una semana más seguirán mal clasificados, notará cómo hablan de él cuando camina por la calle, incluso algunas críticas de sus vecinos al volver en ese incómodo autobús: "Éstos son los que vuelven de perder otra vez". De momento allí queda, pensativo durante unos minutos, en ese campo infernal, de rodillas sobre la escasa hierba artificial y con lágrimas en los ojos. Es el final de una batalla, que comenzó al comienzo de la semana con el primer entrenamiento, cada uno de los celebrados más intenso si cabe que el propio partido, pero no han servido de nada, han perdido. Segundos después el vestuario se convierte en un velatorio, hoy harán el viaje más largo y más triste de sus vidas. Pero hay algo irrefutable, al día siguiente habrá que continuar, la vida deportiva comienza de nuevo porque también para un futbolista de tercera división todos los días sale el sol, siempre hay un próximo partido.

1 comentario:

NENE dijo...

Sabes que estoy con vosotros joder, animaros macho ya que os vi ante el ATL.Malagueño y me agradesteis bastante haciendo vuestro partido.Animo Vicente animo antequeraaaaaa. SUERTE