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El fútbol no siempre se puede comprar, así que en este tinglado el
dinero no lo es todo. Los ejemplos se suceden y algunos son flagrantes.
Valencia, Atlético y Deportivo, los únicos capaces de desbancar en Liga
al Madrid y al Barça desde que se disparara el mercantilismo con la ley
Bosman que entrara en vigor en el curso 1996-1997, lo pagaron con
creces. Los tres, en mayor o menor medida, han estado al borde de la
bancarrota, y colchoneros y deportivistas acabaron en el pozo de la
Segunda. Espejismos pasajeros con mucho despilfarro de fondo.
Finalmente, aceptaron sus circunstancias reales. El Atlético traspasa
goleadores pero ha regresado a la cima, el Valencia está en las alturas y
por fin vive en paz y el Deportivo trata de anclarse de nuevo en la
élite.
Lo mismo cabría decir del Málaga, que con un jeque más contenido
brilla de nuevo, esta vez con cantera, sin perfiles altos como los de
Manuel Pellegrini, Van Nistelrooy, Joaquín, Cazorla, Demichelis,
Baptista, Toulalan... A todos les ha ido mejor con el gasto contenido,
con más imaginación que dólares. La ruta de Simeone, partido a partido
con los pies en el suelo. Hace mucho que no los despega el Sevilla, que
metabolizó sin rechistar su condición de vendedor y tiene huella en
España y en Europa porque afina los radares.
Entre todos, el caso más singular quizá sea el del Villarreal, que no
ha mudado de piel ni siquiera cuando se coló por el sumidero a Segunda
de forma inopinada. El club siempre fue modélico, en las buenas y en las
malas, y no ha perdido ojo. De regreso a Primera, en una plaza pequeña, sin los ecos de capitales
como Sevilla, Valencia o Málaga, su presupuesto es contenido y su
política deportiva sigue siendo admirable. No hay un solo vector, sino
cuatro: cantera (Musacchio, Bruno, Mario, Jaume Costa, Moi Gómez, Gerard
Moreno), jugadores formados en los semilleros de los grandes (los
exazulgrana Giovani y Jonathan, el exmadridista Cheryshev y el
excolchonero Sergio Marcos), chicos sin mucho cartel (Pina, Asenjo) y
fichajes internacionales silenciosos (Vietto y Gabriel —ya traspasado al
Arsenal por unos 20 millones—).
El resultado, más que un equipo, es una idea, la que le permite
competir con éxito en tres competiciones. El molde lo tiene y los
jugadores van y vienen sin que el pensamiento propio se resienta. Por el
camino, todos se han revalorizado y el mayor temor ahora es a cuántos
podrá mantener la institución. Pase lo que pase, al club le avala no
solo la fortuna de la familia Roig, sino un lema grapado en las
entrañas: vender bien y comprar mejor, o viceversa, según se den las
cosechas. Con ese credo se puede pujar, angustiar al Barça, fulminar al
Atlético en el Calderón y frenar al Madrid en Chamartín. Y sin despistes
o grandilocuencias, con la primera semifinal de Copa de su historia a
la vista y en los octavos de la Liga Europa.
Con esta clase media alta, en alza, solo cabe esperar que a las
puertas de un mejor y más justo pastel televisivo todos tomen nota del
pasado. Pruebas sobradas han tenido de que el maná puede ser una trampa
si no se administra con prudencia. Un paso hacia el abismo si alguno
cree ser lo que no es y nunca podrá ser salvo de forma episódica. Nada
como que prevalezcan recursos que no tienen precio, como una gestión
sensata y mucho tacto futbolístico. Ahí está el Villarreal, un espejo.
Como el Sevilla de Monchi, este Málaga de vivero o ese Valencia de Gayà,
Alcácer y fichajes sin dispendios que peleará el domingo por la tercera
plaza. Todos demuestran que hay un fútbol de otra pasta. Es el más
real.
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