Rotaciones inteligentes ¿También los porteros?
Hace años, sabíamos la alineación de un equipo de fútbol de
memoria. En general, había unos titulares que solo eran sustituidos cuando
estaban sancionados, lesionados o para reservarlos antes de un compromiso muy
importante. Pero el incremento del número de partidos y una forma de jugar que
exige un mayor esfuerzo, obligaron a que hubiera rotaciones con el objetivo de
dosificar el desgaste de los jugadores. Las rotaciones también aportan ventajas
estratégicas según sean las características de los alineados, y contribuyen a
que haya más futbolistas de la plantilla verdaderamente involucrados, motivados y en condiciones
de aportar el máximo. Los crack rotan poco. Por motivos deportivos y del
negocio, es preferible dosificar su esfuerzo en los ensayos para que el día de
la función estén en el escenario. Lo agradecen el equipo, los patrocinadores,
las televisiones y el público. Otra cosa son los lugartenientes y los soldados,
cuyo valor es incalculable si son capaces de darlo todo en el campo. En esos puestos,
las rotaciones parecen clave; sobre todo en los equipos que cada tres/cuatro
días están en la arena.
Eso sí, serán productivas si los jugadores las entienden como algo
estratégico y no como una penalización por el rendimiento. Si un jugador
está mal y no demuestra en los entrenamientos que puede jugar, lo
normal es que el entrenador no le ponga, pero de no ser así, los
futbolistas deben comprender y asumir su rol en la rotación para poder
jugar sin miedo a fallar. Una cosa es sustituir a alguien porque lo hace
mal, que a veces será necesario, y otra que esa sustitución forme parte
de un plan estratégico de rotación. Dentro de ese plan, habrá unos que
jugarán más que otros, y siempre será recomendable que exista un cierto
margen para la competencia interna, pero cada jugador debe conocer la
idea que el entrenador tiene sobre él: la medida en que cuenta con él en
su plan de rotación.
El asunto de las rotaciones es carne de fácil polémica en
los medios de comunicación y las tertulias de los aficionados. Si se
hacen y
los resultados son buenos, se ensalza al gran estratega que las diseñó y
puso
en práctica. Pero si el equipo pierde, se cuestiona la necesidad de
rotar y se
aprovecha para disparar al entrenador indefenso. Sucede lo mismo cuando
no se
rota. Mientras las cosas van bien, se alaba que el míster mantenga a los
titulares sin pensar más allá del partido siguiente. Ahora bien, si más
adelante,
en el clímax de la temporada, el equipo falla, se crítica que ese
entrenador no
fuera previsor y exprimiera a unos guerreros que ahora llegan agotados a
las batallas decisivas. Es sencillo juzgar a toro pasado en los platós o
las barras
de bar en función de los resultados. Otra cosa es acertar con antelación
cuando
se tiene la responsabilidad, pues si bien parece claro que en general
las
rotaciones son necesarias, decidir quién, cómo, dónde, cuándo y por qué,
conlleva una dificultad notable y un margen inevitable de error.
¿Rotaciones
inteligentes?
El filón de esta polémica son las rotaciones de los
porteros, sobre todo desde que Ancelotti decidió que Diego López jugara
en la
liga y Casillas en la Champions y la Copa. Aunque existen antecedentes. A
principios de los setenta, Vic Buckingham, entrenador del Barcelona,
alternó a
Sadurní en casa y a Reina fuera, algo que no cuajó. Más habitual es que
el portero suplente juegue
la Copa del Rey en las primeras rondas, y que el titular regrese si el
equipo
avanza. Guardiola rompió esa costumbre con Pinto, suplente de Valdés,
dándole la
responsabilidad de jugar como titular en la Copa hasta el último
partido. Su mensaje
fue contundente: “confío en ti, y este es tu hueco”. Pinto no tenía el
nivel de
Valdés, pero estaba en la plantilla como segundo portero; y Guardiola
entendió que debía
involucrarlo al máximo asignándole un cometido claro y relevante que lo
mantuviera motivado y colaborativo. Paralelamente, había otro mensaje
para los demás: “no hay
plan B; este es el portero que va a jugar, así que...todos a remar”. En
general, esta es una buena
política en cualquier equipo, deportivo o de otra índole: que todos (o
el mayor número posible) perciban que
pueden y deben aportar, sepan cuál es su lugar y se sientan partícipes y
responsables del éxito/fracaso colectivo.
Por su especificidad, tradicionalmente se ha considerado el
mundo de los porteros como algo aparte. También respecto a las
rotaciones.
Muchos asumen que los porteros necesitan sentir que tienen una confianza
casi
ilimitada del entrenador y los compañeros para poder tener una
autoconfianza
sólida y, a su vez, transmitírsela a los demás. Eso justifica que salvo
imposibilidad, juegue siempre aquel que se considera el mejor, sin
contemplar la rotación. El argumento es
impecable; pero por otro lado, la temporada es larga, y puede ser
necesario que
el segundo portero tenga que sacar las castañas del fuego, por lo que
conviene que
se encuentre motivado, trabaje bien en los entrenamientos y compita en
los
partidos con cierta regularidad. ¿Más confianza al primer portero, o
mayor
participación del segundo para que esté motivado y preparado? ¿Por qué
no ambas? ¿Es grave que el primer portero, sabiendo de antemano que se
trata de una estrategia y no un castigo o falta de confianza, deje de
jugar algunos partidos? ¿Es lógico que se lesione el
primer portero y la suerte del equipo dependa de un suplente que lleva
varios
meses sin jugar? En general, parece bastante razonable que los porteros
también roten.
La función de los porteros ha evolucionado mucho. Parar
continua siendo su principal cometido, pero ahora se les pide muchas más
cosas:
comunicarse, organizar y ayudar a los compañeros, jugar con los pies,
iniciar
el contraataque, salir del área… Bajo la dirección de entrenadores
específicos, los porteros se han hecho futbolistas mucho más completos.
Sigue estando
vigente que a los delanteros se les valora sobre todo por lo que
consiguen y a
los porteros por lo que evitan, lo que favorece que, salvo en los
penaltis, los
errores de estos últimos se noten más, provoquen más críticas y
propicien una
mayor autoculpabilidad. De ahí darles esa confianza extra que muchos
propugnan.
Pero hoy, su cometido abarca más que dejar la puerta a cero, y esas
otras cualidades
también se valoran mucho: no tanto fuera, pero sí dentro de los equipos.
Los
viejos tópicos van cayendo. ¿Sustituir al portero? ¡Pecado mortal! Van
Gaal lo
hizo en el mundial antes de una tanda de penaltis. Semanas
después fue imitado en un partido internacional femenino, y seguro que
en el
futuro surgirán otros imitadores, ya que se trata de una innovación que
suma. ¿Y entrenar a un jugador de
campo también como portero (en algunos entrenamientos), para el caso de
una lesión o tarjeta roja con los cambios
agotados? Puede parece un exceso, pero en cuanto lo haga un entrenador
de vanguardia, no tardará en ser
práctica habitual. ¿Por qué no? Y las rotaciones de porteros ¿Por qué
no?
La cuestión de la confianza es clave para los dos porteros
que participen en las rotaciones. Una estrategia consiste en dejarles
muy claro
quién jugará en cada competición, tal y como hizo Guardiola con Valdés y
Pinto,
o Ancelotti con López y Casillas. Mediante este sistema, cada portero
sabe a
qué atenerse: si entrena bien y se encuentra en buenas condiciones,
cuando
llegue su competición, jugará; y aunque falle, el entrenador continuará
confiando en él como su primer portero. El inconveniente es
que el míster se ata las manos, ya que el día que no cumpla lo que
planteó, salvo que
exista una razón muy obvia, la confianza que percibía el perjudicado se
hará
pedacitos. Otra estrategia, menos rígida, es plantear a los porteros
que, al
igual que sucede con los compañeros de campo, habrá rotaciones para que
ambos
puedan jugar; que será algo normal en la dinámica del equipo. Habrá uno
que
jugará más, pero el otro, siempre que esté en buenas condiciones,
también lo
hará. El problema aquí es decidir cuándo juega el segundo portero, ya
que en el partido a partido es fácil que el míster se olvide de él o no
encuentre nunca el momento. Por supuesto, no es recomendable que los
cambios se produzcan tras un mal partido, pues irá en perjuicio de esa
confianza tan necesaria y contribuirá al nerviosismo por miedo al error.
Como es obvio, cualquiera que sea la estrategia, lo fundamental es que
el
entrenador la cumpla, salvo que sea evidente que uno de los dos
porteros, por
el motivo que sea, pasa por un mal momento. Obvio también, es que el
reparto
debe tener en cuenta la diferencia de calidad entre los dos porteros: a
mayor
diferencia, menor reparto; aunque siempre convendrá que el segundo esté
preparado.
El segundo portero suele necesitar mucha más confianza que
el primero, ya que juega menos y sus errores se ven y critican más que
los
del titular. De ahí la necesidad de darle partidos para que en el caso
de que
el titular se ausente en días decisivos, pueda sustituirlo con
garantías.
El año pasado, avanzada la temporada, faltó Curtois dos/tres partidos, y
su
sustituto en el Atlético de Madrid tuvo que jugar sin haber pisado la
competición en meses. A pesar de ser un portero con amplia experiencia,
su
rendimiento fue desafortunado. El propio Simeone parece haber
reflexionado, concluyendo
que este año convendría paliar ese riesgo dándole partidos a Oblak (de
momento,
su segundo portero). Lo sacó por primera vez en el debut del Atleti en
la
Champions, ¡ni más ni menos! y el chico no estuvo bien. Desde entonces,
no ha
vuelto a jugar. Ayer mismo, el portero titular cometió errores graves
que
seguramente no se valorarán igual. ¿Qué pasa ahora con la confianza que
percibe Oblak de su entrenador? En el Barcelona, Luis Enrique ha
alineado a Ter
Stegen, su segundo portero, en los dos partidos de Champions, pero
veremos si
lo sigue haciendo tras los errores de este en el último encuentro contra
el
PSG. ¿Será consistente con su planteamiento, demostrando que confía en
el
portero pese a su mala noche y las críticas externas? En ambos casos, ha
sido
muy arriesgado exponer al segundo portero a tan tamaña responsabilidad
sin
haberse rodado antes en duelos más asequibles, más aún teniendo en
cuenta que los dos son nuevos en la plantilla. Aunque sean grandes
jugadores con experiencia, la
confianza se gana jugando partidos, obteniendo pequeños éxitos y
teniendo
buenas sensaciones. Lo bueno de Pinto es que comenzaba en la Copa con
partidos
fáciles que afianzaban su confianza y la de sus compañeros. El caso de
Casillas
es diferente. No es un buen portero, sino un superclase que además
llevaba en
el equipo mucho tiempo. Y lo que hizo el año pasado, tiene un mérito
enorme que no está al alcance de cualquiera. No todos son Casillas.
¿Rotaciones inteligentes?
Medir bien los partidos que juega el segundo portero es muy
importante para que la confianza crezca: la suya y la de los demás en él. Lo
más recomendable es que comience con partidos de dificultad menor, y después se
enfrente a otros de mayor aprieto. Ancelotti ha estado muy acertado dándole un
primer partido “fácil” a Keylor Navas. Probablemente, más adelante le alineará
en otros más complicados, y así lo tendrá listo por si lo necesita con
continuidad. ¿Oblak? ¿Ter Stegen? ¿Son malas las rotaciones, o se eligió mal el
momento?
Esta reflexión también puede ser útil en otros contextos de
rendimiento. Si a los segundos no se les da la oportunidad de ser primeros en
algunos proyectos, lo más probable es que su motivación decaiga, salvo que
prefieran la comodidad de la segunda línea. Además, si llega el caso de tener
que afrontar una responsabilidad mayor, no estarán preparados. Pero no se trata
de lanzarlos a las fieras sin más, sino de hacerlo progresivamente, de manera
que comiencen exponiéndose a proyectos que puedan manejar y consolidar con
éxito para que su autoconfianza y la de los demás en ellos crezca. ¿Rotaciones
inteligentes?
Chema Buceta
5-10-2014
@chemabuceta
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