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En el fútbol y en la vida hay dos grandes grupos de gente: los que
son cerrados, que creen que solo una idea es válida y que critican todo
lo que no sea lo que ellos defienden, y la gente más abierta que cree
que cualquier idea es válida si está bien argumentada, grupo en el que
me incluyo. Por tanto, creo que hay muchísimas ideas válidas dependiendo
de cuándo, cómo y dónde las uses. Ya defendía Darwin en la selección
natural que aquellos que sobreviven son los que saben adaptarse al
medio. Todo lo demás es cultura y creencias. Yo tengo una cosa clara:
jamás moriré con mis ideas, porque como dijo Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no te gustan, tengo otros”.
Hace décadas, el entrenamiento en el fútbol se basaba en la suma de
las partes (física + táctica + técnica). Creían que entrenando un día
cada una de ellas conseguirían que los jugadores llegasen en su mejor
forma al día del partido. Desde hace ya varios años, generalmente,
impera otra idea: el todo es más que la suma de las partes. En todas las
tareas se trata de integrar la táctica, la técnica, la psicología y el
físico. Gracias a esta idea han surgido diferentes metodologías de
entrenamiento, tales como la Periodización Táctica de Vítor Frade o el Microciclo Estructurado de Paco Seirul.lo.
Dentro de este nuevo pensamiento, una gran corriente de entrenadores
ha defendido una nueva idea: queremos jugadores inteligentes, jugadores
que piensen en el campo. En mi opinión, pensar es dudar, y dudar es
morir en el fútbol. Cuando piensas, se te abre un abanico casi infinito
de opciones. El fútbol es un deporte muy complejo y abierto en el que en
cada situación que se da en el juego hay varias soluciones posibles,
pero solo una es la mejor.
Cuando piensas, tardas mucho tiempo en ejecutar, y el fútbol es un
deporte de décimas de segundo. Por tanto, no sé si querría tener
jugadores que pensasen. ¿Quién puede demostrar que para decidir bien es
necesario pensar? Yo, no quiero tener jugadores que piensen cuándo han
de ejecutar. Yo quiero tener jugadores que decidan bien. Me dijeron una
frase hace años que se me quedó grabada: “En el fútbol, la que vale es la primera idea”.
¿Cuántas veces hemos hecho un examen y hemos dudado entre dos preguntas
y la correcta era la primera que habíamos pensado? Entonces, si no
decidimos gracias al razonamiento, ¿qué es aquello que nos lleva a
decidir una cosa y no otra? Y, vayamos más allá, si no pensamos en lo
que hacemos, ¿realmente decidimos? ¿Somos libres?
La decisión. Al final lo que marca la diferencia en la vida de las
personas es el acierto que tienen los unos y los otros cuando toman
decisiones. Los que mejor deciden son los que triunfan. Todos los
entrenadores querríamos tener a jugadores que siempre decidiesen bien.
Con casi total seguridad, ganaríamos todos los partidos, ya que no
podemos olvidar que el fútbol es un juego de errores. Según varios
estudios recientes de neurociencia, en el fútbol las decisiones se toman
gracias a las experiencias previas vividas en un contexto similar, no a
la racionalización en el momento anterior a la ejecución. Por tanto,
todo está en el inconsciente. ¿Y cómo modificamos ese inconsciente? Como
hemos dicho, mediante la repetición de situaciones parecidas a las que
nos vamos a encontrar en el juego y, sobre todo, a las correcciones que
hagamos en él.
Mucha gente valora a un entrenador por las tareas que realiza, cuando
para mí lo que realmente enriquece al ejercicio y al jugador son las
correcciones que se hacen en él. Un entrenador puede hacer un juego de
posición de 3×3 + 2 comodines exteriores y que haya unos objetivos
determinados, pero estar callado y mirando durante todo el ejercicio, y
otro entrenador puede que haga el mismo ejercicio e insistir en corregir
esos pequeños matices, que son los que provocan que el juego fluya:
tensión y ángulo de pase, orientaciones corporales, timing de
pase y de desmarque, y así un largo etcétera. ¿El ejercicio es el mismo?
Sí. ¿La calidad del ejercicio es la misma? Yo creo que no.
Por tanto, qué trabajamos, cómo trabajamos, qué corregimos y cómo
corregimos son, para mí, los cuatro puntos claves sobre los cuales
tendría que cimentarse un entrenamiento de calidad. Sobre todo el
último. Porque muchas veces es más importante cómo transmites un mensaje
que lo que realmente dices en él. Si un niño coge un caramelo y su
padre le chilla, no tendrá la misma reacción ante la misma situación en
un futuro que un niño al cual su padre le sonríe y le choca la mano.
Uno, seguramente, no volverá a coger el caramelo. En cambio, otro sí que
lo cogerá de nuevo. Por otra parte, si el padre no se inmuta, el niño
hará siempre lo que quiera. Por tanto, nuestras reacciones (en este
caso, las correcciones en los ejercicios) consiguen modificar
comportamientos y grabarlos en nuestro inconsciente para posibles
situaciones similares en el futuro. Parece que esto demuestra que el
entrenamiento debe ser nuestra herramienta para poder llegar a jugar
como deseamos.
Otra de las modas que han empezado a divulgarse en las últimas fechas
es la de que el entrenador no tiene importancia, que todo está en los
jugadores. Con este simple ejemplo dado anteriormente creo que queda
claro: de los cuatro puntos anteriores, tres responsabilizan
directamente al entrenador. Él decide qué se trabaja, qué se corrige y
cómo se corrige. A un equipo no lo entrena cualquiera. Las personas
somos hábitos. Somos lo que hacemos cada día y si el nivel de exigencia
en los entrenamientos baja, el rendimiento en la competición disminuye.
¿Cuántas veces hemos oído a los jugadores del Barça decir que Guardiola
era muy insistente en las correcciones de pequeños detalles? A nivel
organizacional, la cultura táctica de los equipos cada vez es mayor, por
tanto, el nivel de los conjuntos es más parejo que hace décadas. En un
fútbol tan igualado, la diferencia cada vez se marca más en los pequeños
detalles.
Por tanto, el entrenador influye. A veces influye de manera positiva y
a veces, por desgracia, de manera negativa. Pero influye mucho.
Muchísimo. Aunque los protagonistas del juego por supuesto que son los
jugadores. Porque por mucho que tu equipo haga un partido impecable y lo
hayas preparado a conciencia, puede que en el minuto 94 aparezca el
señor Messi y te la ponga en la escuadra. Y te callas y le aplaudes
mientras te vas con cara de tonto a casa. Porque al final este juego es
de ellos, pero gracias a todo tipo de estudios que están saliendo
publicados en las últimas fechas disponemos de herramientas que nos
hacen pensar constantemente y nos dan la opción de poder mejorar cada
día más. Quizá creemos que lo que hacemos ahora es de mucha calidad y en
diez años nos daremos cuenta de que era inútil. Porque al fin y al cabo
el fútbol y la vida se centra en lo mismo: evolucionar y adaptarse. Lo
que ayer sirvió, seguramente hoy ya no sirve y mañana seguro que no
servirá. El contexto cambia constantemente y debemos saber manejarlo y
convivir con ello. Cuánta razón tenías, Darwin.
* Carlos García Cuesta es futbolista.
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