R. Vallecano 0 – 1 Real Madrid: ¿Por qué le llamas fútbol?


Fuente: RTVE.es
Puestos a imaginar, afición en desuso en estos tiempos de hiperrealidad excesiva, podríamos llegar a pensar que el encuentro de ayer entre el Rayo Vallecano y elReal Madrid fue un partido de fútbol, pero ¿o mucho ha cambiado este deporte o muy equivocados estábamos?, porque el espectáculo que vimos en la tarde de ayer fue cualquier cosa, menos fútbol, y más pareció una pachanga entre amigos que un día soñaron con ser futbolistas sobre un terreno de juego alquilado de mala manera y en el último momento.
La hora, pensada para la siesta, el calor, más propio de la primavera, y el campo, pequeño e irregular, no invitaban precisamente a la práctica del fútbol, así que los jugadores, incitados por el bullicio de la grada, se dedicaron a correr de aquí para allá, de allá para acá, y en círculos concéntricos indeterminados, en busca de un balón que nadie dominaba, al más puro estilo del patio del colegio.
Todo ello provocó que nos fijáramos más en las disputas extrafutbolísticas entre Diego Costa y los centrales del Madrid, Ramos, en su peor partido en esa posición, que debió de ser expulsado un par de veces, y Pepe, que sin brillar, ni en lo negativo ni en lo positivo, también tuvo tiempo para mostrar su faceta más camorrista. ¿Y de los demás? Poco o nada se supo. Los jugadores del Madrid parecían lamentarse por no jugar en su alfombra habitual en cada balón que no controlaban, y los del Rayo hacían del empuje su bandera, la cuál combinada con la calidad incuestionable de los Michu, Armenteros o Piti, sirvió para meter el miedo en el cuerpo a los madridistas.
Sin embargo, dicen los que saben de ésto, que en encuentros así es cuando se ganan Ligas. Partidos incómodos, en los que el rival controla las sensaciones y no se puede brillar futbolísticamente. En esos encuentros no queda más que ser sólido atrás, contar con la suerte como factor imponderable y acertar en alguna de las pocas ocasiones que se presenten.
Y eso hizo el Madrid, ofreciendo claramente su candidatura al título. Estuvo sólido atrás, tuvo la suerte como aliada, con un par de botes maléficos que evitaron el gol rayista, y acertó en una de las pocas ocasiones que tuvo, ni ocasión se la puede llamar. Un balón colgado al área, el típico barullo de piernas, una pelota suelta y Cristiano Ronaldo, de espaldas a la portería, que recurre al recurso del taconazo para intentar embocar, y a fe que lo consiguió, por una de esas casualidades que sólo suceden cuando juegan los equipos campeones, el balón llegó limpiamente a sobrepasar la línea de gol. Las probabilidades hablarán de que el esférico debió haber chocado con cualquier pierna, rival o amiga, o incluso haberse marchado fuera, pero, amigo, este equipo huele a campeón, y en esas condiciones los balones entran en la portería.
A partir de ese momento, el Rayo, herido en su orgullo, tiró la casa por la ventana, desvistió su defensa y se disfrazó de equipo grande a la caza de un buen resultado, no lo consiguió, pero justo es reconocer su empeño. Pudo haber empatado, mereció haberlo hecho, pero se chocó contra el muro infranqueable del destino.
Un triunfo, en definitiva, que vale doble por la forma en la que se consiguió, ya que son tres puntos que debieron ser uno, y una victoria que debió ser empate, 10 puntos que se mantienen de ventaja, que pudieron ser 12, y una sensación irrefenable de que la Liga tiene dueño, no matemáticamente, pero sí en los parámetros habituales del universo futbolístico.

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