'LO SUFICIENTEMENTE LOCO', UNA BIOGRAFÍA DE MARCELO BIELSA (4)


NEWELL'S ... "MIS MAYORES ALEGRÍAS" 

Generalmente Marcelo Bielsa no tiene problemas en "etiquetar" episodios, en lanzar definiciones categóricas del tono de "el más recordado" o "el menos querido". En julio del 2001, debido al incipiente reconocimiento del público por el esplendor del Seleccionado argentino en las Eliminatorias, le preguntaron si encuadraba aquel momento en lo mejor de su carrera. La pregunta fue circunstancial y lógica, pero la respuesta la convirtió en trascendente, como a veces sucede: "No, no me puedo olvidar de Newell's, allí viví mis mayores alegrías", contestó sonriendo, como si su memoria se fugara en una asociación libre de imágenes emocionantes para él.

Después del Mundial, debiendo recomponer el afecto o por lo menos el reconocimiento del público, dejó un deseo muy personal, cuando le hablaron del regreso de Carlos Bilardo a Estudiantes de La Plata: "Ojalá que el tiempo me permita volver a trabajar en Newell's". 

Curiosamente un ser reflexivo hasta el mínimo detalle como él, también posee la capacidad de sentir extremadamente. Es una característica que lleva congénita la convivencia de sus partes racional y pasional. A él, el amor por Newell's lo desnuda. Y su paso de dos años como técnico de la primera, su primer empleo en el fútbol profesional, es su punto de honor.

Le cabe la denominación de fanático racional. Pretendía ser un hincha activo, estar del lado de las resoluciones. Si su vocación era el fútbol, Newell's era su lugar. Con su padre simpatizante de Rosario Central -el histórico rival-, al estadio del Parque Independencia lo llevó un tío y luego la mudanza con su familia a Moreno al 2300, casi enfrente. Primero se enorgullecía cuando lo identificaban con Newell's. Luego, siendo técnico y campeón, el orgullo se invertiría: identificaban a Newell's con (y por) él. Idealizó y concretó la idea de hacer propio al equipo de su vida. Siempre dijo "mi Newell's", pero esa posesión tendría que ver no sólo con el sentimiento, sino con haberlo moldeado a su gusto.

En la tan mentada identidad del fútbol argentino, es indudable que la de cada equipo en particular la sintetizan las formaciones exitosas del club; en el caso de Newell's los títulos habían llegado de la mano de planteles a los que les sobraba fútbol, pero no espíritu combativo, mística, por lo cual antes habían perdido en alguna definición. Bielsa llegó para cambiar todo: "Esta institución cargaba sobre sus hombros un mote injusto que le habían adosado hace varios años. Para nosotros era muy importante deshacernos de él. Este plantel merece que se hable de su garra, de su fiereza", diría con los triunfos ya consumados. Para transformar a "su" Newell's, fue necesario imponer la concepción de juego que siempre pregonó: "Soñaba con hacerle jugar a Newell's un fútbol diferente, donde el principal rasgo fuera la movilidad y donde los futbolistas sorprendieran apareciendo en sitios inesperados".

Con él en el banco, Newell's resignó estética pero ganó historia. A la vez que Norberto Scoponi aceptaba que "este equipo tiene fútbol pero no tanto", Mauricio Pochettino razonaba en 1992 que "Bielsa le dio al equipo un vuelo futbolístico distinto al de todos los demás. Nuestras variantes tácticas modificaron la estructura convencional de nuestro fútbol. Rendimos tanto cuando marcamos en zona como cuando lo hacemos con libero y stopper. Los muchachos pueden actuar en defensa, en el medio, por los laterales, defendiendo, atacando, relevando, llegando". Bielsa revolucionó al club desde la cancha. Porque en menos de dos años obtuvieron dos títulos nacionales y un subcampeonato de América, la misma cantidad de lauros que había cosechado la entidad en su historia de 51 años anterior en el fútbol profesional de la Argentina.

Su primer torneo fue el primer título, el Apertura 1990. Marcelo no sólo era novato, sino también el entrenador más joven de Primera División. Movió las piezas como imaginaba antes de asumir como técnico, entre las que juntó una zaga de 19 años promedio con Gamboa y Pochettino. Confió sobre todo en los jóvenes, a cambio de que se predispusieran a escucharlo. A algunos de ellos los había dirigido en inferiores. Porque antes de que llegara aquel momento habían trabajado durante años con Jorge Griffa, entonces director del fútbol juvenil de Newell's, seleccionando lo mejor de cada carnada, cual si fuera un viñedo.

Con los históricos Scoponi, Gerardo Martino, Juan Manuel Llop y Julio Zamora, debió presentarse. Tenía que encontrar la manera de pedirle a jugadores con unas cuantas campañas como profesionales (salvo Zamora todos superaban los 28 años), que se entregaran a su obsesividad. Preponderó el bien común en juego, algo que Bielsa agradeció siempre.

Martino se convirtió en su primer dirigido admirado, porque Marcelo es de admirar a sus futbolistas, sobre todo si les ve algo que a él le falta; en este caso, más que no haberse rebelado a un técnico revolucionario (él sí quizá lo hubiera hecho), lo sorprendía la forma de manejar la fama que tenía la figura del equipo. "Sin él no hubiéramos podido hacer lo que hicimos en el club. Es fácil imaginarlo: un entrenador debutante le pedía más despliegue al mejor del equipo. Si Gerardo hubiese querido desaprobar el proyecto, lo podría haber volteado. Le bastaba con hacerse el distraído. Pero su actitud fue un ejemplo para los pibes, que habrán pensado: "Si lo hace el Tata, que es Gardel, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros?". Además, no conocí a nadie que asumiera el éxito como él. En ese sentido me gustaría aprender: siempre está dispuesto, siempre amable, siempre un señor". 


"Yo no me propuse grandes cosas. En el fútbol ningún proyecto puede ir más allá de una semana porque siempre espera un rival que quiere bajarnos. Les pedí que nos concentráramos para el próximo partido. Lo demás es puro sueño, créame...", contaba en la revista "El Gráfico".

El sábado 22 de diciembre de 1990, definían el Torneo Apertura Newell's visitando a San Lorenzo en cancha de Ferro y River recibiendo a Vélez. El punto de diferencia y el empate propio obligaron a jugadores e hinchas a permanecer en el campo de juego escuchando por radio los últimos ocho minutos de River, que había empezado su partido después. El técnico, recluido, incomunicado por decisión propia, temiendo trágicamente que 35 años de vida se debatían ahora en 8 minutos de incertidumbre; con la vista baja y fija, como siempre. El destino volvía a ubicarlo en situación límite.

"Me fui de la cancha. Atrás de la tribuna, había una cancha auxiliar, después una segunda y por último, las vías del ferrocarril. Ahí me quedé. Y por el helicóptero que sobrevolaba el estadio, casi no escuchaba a la gente, así que estaba realmente aislado. Se me dio por mirar a los hinchas y sólo les veía los tobillos entre los tablones de madera. ¡Pero ninguno gritaba! ¡Nadie se movía! Entonces, interiormente, les pedí por favor que dijeran algo... Por suerte, uno que estaba dado vuelta, me reconoció y comenzó a hacerme señas con los brazos. Ahí sí oí el griterío y salí corriendo como para abrazarme con todos". Mientras lloraba emocionado, empezó a correr en círculos y se trepó al alambrado.

Las reglas no lo llamarían campeón, sino ganador del derecho a jugar la final de la temporada; pero para él significaba mucho más: el pasaporte a obtener el crédito de los jugadores, el que le faltaba por no haber tenido trayectoria como futbolista. Por eso el festejo, por eso las lágrimas, por eso el afloramiento de sentimientos como nunca antes ni después, paseado en hombros, con un trapo rojinegro y gritando "Newell's, carajo, esta es la que vale". 

Y con Bielsa Newell's fue campeón en La Bombonera. Porque Boca ganó el Clausura y se convirtió en el segundo finalista. Puede recordarse fácil: primer chico 1-0 en Rosario, a definir el martes 9 de julio en Buenos Aires, con 55 mil espectadores y la prensa en contra (Boca llevaba una década sin coronas). Otra vez el festejo, otra vez el llanto, otra vez el agradecimiento a quien se le cruzara.

Sacó su carta motivadora de entonces, que le costaba sus enemigos futbolísticos pero que le daba sus grandes satisfacciones: "Les expliqué que las finales definen a los actores, que no me importaba el trámite, que el que gana es el mejor y el que pierde es el peor. Que no se dejaran engañar por eso de las derrotas dignas o las victorias morales. Era la vida o la muerte. Así lo interpretaron. Por eso hoy festejamos". Esos términos de "vida o muerte" son los que lograría erradicar sólo con los años.

Las finales contra Boca fueron el punto máximo del temple y la estrategia adosadas por él un año antes a la identidad histórica de Newell's. Una planificación exacta, que contempló incluso la salida al campo de juego, cuando se paseó por todo el estadio para que lo insultaran a él y no a los jugadores. Una planificación que paradójicamente concluyó en la lotería de los penales. La ganaron desechando la suerte, a semejanza de su entrenador, para ello estaban preparados desde hacía doce meses. 

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